Esteban fue durante
diez años el jefe de seguridad de Nueva Acrópolis de la Ciudad
de México. Ahí él recibió́ un entrenamiento paramilitar, fue humillado
constantemente y castigó a sus propios discípulos con baños de agua fría. Al
inicio se sintió́ amado por sus compañeros, encontró́ un propósito en su vida e
intentó hacer de este mundo un lugar mejor; hasta que finalmente vio el lado sórdido
de esa institución y por eso decidió salirse de ese grupo. Y a continuación les
transcribo su testimonio:
Me
acuerdo que tuve una sensación de bienestar cuando entré por primera vez al
interior del edificio de Nueva Acrópolis, el cual se sitúa en la colonia Roma,
todo el mundo estaba siempre feliz, hasta la bonita secretaria de escolástica
de sastre azul que me recibió́ y tomó los cien pesos de inscripción para el
curso de filosofía que yo había decidido tomar.
Entré
al salón y después de una lección de casi dos horas aprendí́ que el imperativo categórico
de Kant consiste en abandonar conscientemente la propia libertad a una causa
mayor como muestra máxima del libre albedrío; y que la caverna de Platón es más
que una metáfora de la ceguera del hombre ante la realidad. Y la verdad es que
me parecieron grandes lecciones a un precio muy módico, así́ que el sábado
siguiente, volví́.
Desde
de que entras a Nueva Acrópolis eres rodeado por miembros afectuosos que te
preguntan cómo estás, qué has hecho en la semana, cómo se llama tu perro,
etc., hasta ahogarte en medio de mucho aprecio. Así que durante varios meses me
sentí́ feliz en el interior del grupo. Asistí́ a las clases sabatinas y al cabo
de un tiempo dejé la escuela y me puse a trabajar en una pequeña casa
editorial para solventar mis gastos crecientes ahora que iba a vivir solo.
Me
alejé un poco de mis padres, pero como lo hace cualquiera que se compromete
con un nuevo proyecto, y me sentí́ a gusto en el seno de mi nueva familia
acropolitana, y fuera de unos percances menores, no pasó nada en ese momento que
me hiciera arrepentirme de estar allí́.
Las
fuerzas vivas
Posteriormente
descubrí la existencia de un grupo de élite que existía al interior de esa
organización llamado “Fuerzas Vivas”. Para acceder a ese grupo interno hace
falta pasar más de un año, aunque eso varía según las épocas y la necesidad de
nuevos miembros y de dinero fresco.
Cuando
yo entré, todavía se hacía un rito iniciático intenso. Durante varios meses
nos entrenamos en cuevas del Estado de México, hicimos rappel, nadamos en lagos
y fortalecimos nuestra mente con pruebas como mantener un fuego prendido
durante toda la noche sin dormir, y nuestro grupo tomó también clases de defensa,
y sólo después de eso recibimos nuestra invitación a la brigada de seguridad de
las Fuerzas Vivas.
Un
día, cuando según ellos estás listo, recibes una invitación para adentrarte más
a fondo en la organización. Te citan en un templo —un pequeño espacio en el
interior de la sede— a una hora extraña y tú sabes que tu gran momento ha
llegado. El día D entras en una sala repleta de estatuas romanas, antorchas y
los estandartes de los tres grupos de las Fuerzas Vivas, y frente a la lideresa
del grupo, comienzas el rito de iniciación.
Hincas
una rodilla en el suelo, levantas el brazo derecho en un ángulo de 45 grados,
los dedos firmemente extendidos y unidos y recitas el juramento sagrado de todo
nuevo miembro de las Fuerzas Vivas de Nueva Acrópolis:
“Ante
el ave solar. Ante el estandarte del cuerpo de seguridad [o de las brigadas
masculinas o femeninas]. Ante el fuego sagrado [o agua sagrada si eres mujer y
te unes a las brigadas femeninas]. Yo, conocido en el mundo actualmente como [mencionas
tu nombre]. Me comprometo a servir con lealtad y eficacia como miembro
integrante del cuerpo de seguridad, y si así no lo hiciere que mi alma, el
destino, mis jefes de Fuerzas Vivas y mi Mando Nacional así me lo demanden.
¡Ave!”
Terminas
con el saludo que ellos quieren hacer pasar por romano, pero todos sabemos que
es nazi, y te sientes bien. Sabes que eres parte de algo secreto que los otros
no entienden
Aprendimos
a disparar y yo me compré un arma real que siempre cargué en el cinto.
Incluso cuando se hizo la Convención Internacional de Nueva Acrópolis en el
Hotel Camino Real, todos íbamos armados para proteger a los líderes que
estuvieron presentes en ese encuentro.
Yo
estaba dispuesto a dar mi vida por la lideresa y casi lo hice un día en el que
unos rateros trataron de robar su carro en frente de la escuela. Los tipos
estaban armados, pero un amigo y yo les gritamos hasta que se fueron. Recuerdo
que un ladrón le dijo al otro: “Ya dispárale a ese pendejo”, pero afortunadamente
no lo hizo.
En
ese tiempo nos sentíamos como héroes…
Eso
también es Nueva Acrópolis, te hacen sentir que eres una persona diferente al
resto de la sociedad; aunque si te pasa algo, ellos no responderán por ti.
(Nota
de Cid: esto les muestra el adoctrinamiento que implanta Nueva Acrópolis porque
cualquiera sabe que es absurdo arriesgar tu vida por un coche, pero como era el
vehículo de la “lideresa” entonces si había que sacrificarse por ella.)
El
despertar
Sin
embargo poco a poco varios eventos me fueron desconcertando. Recuerdo que poco
antes del fin de semestre que había ingresado, dos de mis compañeros
abandonaron la institución sin mayor explicación, y cuando preguntamos por
ellos un miembro del staff en voz baja nos explicó que ellos habían sido
corridos por ser homosexuales.
Nos
pareció extraño, pero repito, en ese momento no fue nada tan grave como para
abandonar esa sensación tan placentera que sentía de haber encontrado por fin
mi lugar en la vida.
Otro
acontecimiento que si me sacó de quicio fue la rifa obligatoria que se hizo
para regalarle un nuevo auto lujoso a la maestra Lidia Pérez, quien en ese
entonces era directora de Nueva Acrópolis, y aquellos que no lograron vender
todos sus boletos tuvieron la obligación de comprarlos con su propio dinero.
Y
también el hecho que los dirigentes se la pasaban todo el tiempo controlando a
los miembros de los círculos internos.
No
es que estemos completamente crédulos ni no nos diéramos cuenta de nada de lo
que ocurría, pero todo ese chorro filosófico del que te llenan la cabeza cada sábado
te da a entender que la causa que se persigue es un bien mayor que requiere
algunos sacrificios, y que un poco de orden y de disciplina son necesarios para
poderse organizar más eficientemente.
Hay
incluso manuales para los lideres que explican cómo se debe tratar a los
miembros para poder dirigirlos hacia el “buen sentido” y que son firmados por
el propio fundador.
Por
eso es que me volví jefe de seguridad del grupo durante tantos años y llegué a
castigar con golpes y baños de agua fría a mis alumnos, porque creía en lo que hacía,
hasta que me di cuenta de que todo eso había sido una gran mentira.
Después
de un enésimo encontronazo con un discípulo al que casi golpeé porque se atrevió́
a reclamarme las constantes humillaciones que les hice sufrir, tomé conciencia
de la situación y decidí aislarme en mi casa, dejar de contestar las llamadas y
cortarme completamente del mundo.
Estuve
llorando durante varios días sin apenas salir y adopté la técnica del
avestruz, o sea esperar de que las cosas se resolvieran por si solas y que al
despertar me diera cuenta de que todo había sido un mal sueño. Pero hay cosas
que no se pueden borrar.
Imagínate
escaparte de una burbuja de mentiras a los 30 años, sin trabajo, ni amigos, ni
familia a la que puedas acudir en busca de ayuda porque no te atreves a
decirles:
-
“Hola,
familia, estuve lejos de ustedes durante años porque fui miembro de una secta, pero
ya volví.”
El
miedo y la vergüenza son demasiado fuertes. Y a eso añádele las llamadas de los
miembros del grupo que llenan tu buzón de saludos y luego de amenazas, y
tendrás una idea de lo perdidos que estamos cuando logramos escapar.
Durante
casi un año seguí recibiendo llamadas de mis antiguos compañeros y entre depresiones
crónicas y veleidades de denuncia también recibí una amenaza de muerte a través
de una persona interpuesta y varias llamadas presuntamente de miembros de las
brigadas internacionales de Nuevo Acrópolis con acentos de distintas
nacionalidades.
Y
es por eso que doy mi testimonio, porque quiero alentar a otras personas a
denunciar también esa institución con vuestro testimonio, y también quiero
alertar a los que quieran ingresar, porque cuando yo me adentré en Nueva Acrópolis
no existía internet y era mucho más difícil obtener información sobre ese
grupo.
(Fuente:
www.vice.com/es/article/4w9d89/el-hombre-que-escapo-de-nueva-acropolis-308-v7n1)